
Desde aquella tarde cuando él regresó de fútbol, sin un peso en los bolsillos y aliento a cebolla luego de hamburguesa y litro y medio de coca-cola, ella lo comenzó a odiar. Al día siguiente la extraña actitud de la gente, su repulsión disimulada develó su imperdonable olvido: su boca estaba intacta de higiene. Volvió el domingo y el ritual del fútbol ésta vez frente al televisor. Nuevamente el odio se hizo presente y él en virtual destinatario. No solo fue la ausencia de cepillado en sus dientes, también el olvido de sus calcetines lo que lo puso en la diana del recelo y del murmullo de compañeros. Cuando el torneo de finalización del rentado colombiano llegó a su fin, y Diego, el incondicional de siempre lo puso al tanto de su despido producto de esa última llegada al trabajo: no solo sin peinarse afeitarse y bañarse, sino completamente desnudo, entendió el significado del odio en manos de una mujer no solo engañada, también olvidada.
3 comentarios:
Ese es el problema de esperar... es mejor buscar, lograr...
Existencial este cuento, Juancho. Ahí si hay razón para tanto solayo. Saludos, parce.
soslayo*
Publicar un comentario