lunes, 31 de enero de 2005

El País de los Espejos

Hay una guerra silenciosa que escondida
Avanza entre la hierba mojada
Los tambores del espejo anuncian
El encuentro de dos barcos
Navegando sobre mares de papel
Van vestidos de ceniza los dardos
Lanzados un Lunes que nunca
Llegará.
En el Reino de los Sables las
Tardes no avanzan
Solo pasan como caracoles alados
Persiguiendo la herida en la punta del metal.
La danza negra se desliza entre los dedos
Mientras los marineros van bebiendo a gritos
El mar que aún persiste en su humedad.
El País de los Alfileres Negros
Vive en la pupila estática de sus muertos
Congelando tardes que sonaban a
Noviembre sabiéndose
Enero.

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 16) FINAL

La luz entra a pedacitos. Mi reloj marca las once y diez minutos. De seguro es una mañana fría, se siente en los pequeños soplos que se cuelan por entre la angosta escotilla que da a la calle. Si no es por el reloj y por las rebanadas de luz proyectadas con la más absoluta timidez del que llega sin querer dejarse sentir, pensaría que el mundo se ha sumergido en la más oscura y eterna de las noches. Son tantos los recuerdos y tan fuerte el galopar de las imágenes que ya no queda tiempo para dormir porque hasta en los sueños más livianos se repiten las historias, los días y todo vuelve a empezar desde aquel día, o mejor, desde aquella tarde de lunes, de Gun’s and Roses retumbando y del timbre… como una estela filmográfica de nunca acabar, de siempre comenzar, recomenzar y de yo aquí, de yo aquí sintiendo los dientes fríos, no solo de la soledad, también del abandono, inquiriendo entre mis huesos como un vampiro blando, de necia cabellera. Siento un hambre intensa, las tripas no protestan, rugen. No sé si se acordarán hoy de mí, se olvidarán que existo, tal vez, olvidarán traerme aunque sea un pedazo viejo de pan, que no olviden hacerlo acompañar de agua, y unos palillos por si las moscas, necesito bañarme, asearme, o es que no les huelo cuando acordándose de mí traen de comer y abren la escotilla, no comprenden que la humedad agiganta muy a menudo mi frágil vejiga, ni fuerzas tengo de contenerme y sschhhhhhiiiiissssss… qué pena con ustedes pero si fueran un poquito más comprensivos no tendrían que. En ocasiones las paredes se me hacen monstruos gigantescos, endriagos grises y oscuros de ciegas intenciones inquietos por aplastarme pero que se niegan a destruir al juguete desgreñado, maloliente, agrísense y demás, que me les he convertido. Dos mas dos, a veces es cinco, a veces seis, y muy pocas veces es cuatro, esto me preocupa, por eso pruebo con las multiplicaciones, lo cual al final me deja más que resignada… convencida; vuelvo a intentarlo, pruebo ahora con la tabla del uno y los números decimales aparecen bailando, cantando, gimiendo y también –quién pudiera creerlo–, multiplicando; me ciño al retrete y con una baba silenciosa entre labios descubro maravillosas analogías, como ésta: papel higiénico-servilleta; el parecido es, la analogía, quise decir, particular, sustancial, sí, de sustancias, tiene que ver mucho con la sustancia.
Han pasado más de dos horas y todo sigue igual: el frío, la brisa, la luz, el casi-silencio, y el hambre. Me escudo en los juegos de infancia, el mar, las ballenas y el capitán; descubro en la punta de mis dedos el poderoso rayo equis de tan poderoso alcance y tan desmedido temor en los enemigos, pero huele a risa y eso no está bien, no está bien porque la risa provoca hambre y no me han traído ni siquiera el desayuno.

—Hasta ahora no ha dicho su nombre.
¿Para qué quiere mi nombre? O es que ¿no le basta con saberme aquí, entre los monstruos de mi infancia, la tortura del hambre, la soledad y el silencio?
—Por lo menos ¿quién es usted?
Mi profesión ya debe saberla y sabrá porqué estoy aquí y además dónde estoy.
—Habla de su profesión como si fuera ayer.
Ya lo sé.
—¿Por qué hizo lo que hizo con la Nati? ¿No dizque era su mejor amiga?
Eso ya lo dejé bien claro.
—Al menos su nombre artístico.
Juliana.
—Y de los asesinatos.
No sé.
— ¿Algún familiar?
Tan solo un hermano, no más.
— ¿Él aún vive?
Eso creo.
— ¿Nunca lo buscó?
No quedó tiempo.
— ¿Cuánto cree que va a durar más ésta historia?
No sé. Tal vez ya terminó y usted no se dio ni por enterado(a).
— ¿Vivía en arriendo?
No.
— ¿Pagaba impuestos por el apartamento?
Cumplidamente, ¿por qué?
— ¿Qué nombre se leía en la factura de impuesto?
Marla Díaz Palacios.

domingo, 30 de enero de 2005

Una tarde en el tiempo

Un sábado de plumas en el espejo
La distancia entre la falda y el deseo
La muerte de un minuto entre dos horas
Una lucha que comienza cuando termina
El desastre de dos dioses en una taza de café
El mundo en una mano
Y en la otra un remedo del infierno
No hay prisa en las ruedas del reflejo
Ni deseo en el armario del fantasma
Pero se destrenza la tarde
Sobre un libro que bosteza en los cigarros
Hay más anuncios del hambre
En el extremo de los dedos
Círculos de un año
Perfumado entre mil pedazos de vidrio
Años de un mayo que se cuece
Lenta... muy lentamente.

Alguien cerró el oráculo
El café estuvo a punto de servirse...

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 15)

El ardor junto a la boca del estómago era mucho más intenso a medida que las horas avanzaban. Abría una y otra vez la nevera con la esperanza de encontrar algo para engañar mi ya averiado sistema digestivo. Nada. Sólo agua y agua, agua descongelada, efecto de la falta de luz. Y cuando el hambre urge, la sed no se esconde. Tomaba agua de nevera descongelada a dos manos, abrigando la feliz idea de engañar al estómago, algunos escasos trocitos de hielo aparentando sólido. Otra vez alguien en la puerta llamando. No abrir. Entonces no tenía más opción. Caminado casi a oscuras, a pesar de la luz del día, instintivamente volví a abrir la nevera, pero ésta vez al congelador. Empecé a descargar bolsa tras bolsa. Perdona, mi Nati, pero tú me entenderás, me sabrás perdonar. Fui tocando y eligiendo las de mejor blandura. Encontré dos, no supe a qué parte del cuerpo pertenecían pero tampoco decidí averiguarlo, no había tiempo para tamañas pesquisas y para nada me importaba, me importaba comer, morder, digerir algo sólido, carne, así fuera humana, con sabor descompuesto.

sábado, 29 de enero de 2005

Calendario con meses en secreto

¿Volverá la luna a manchar de plata
los vidrios que aún guardan
su mirada de lluvia?
Alguien pegó un botón de luz a
La falda del viento que hoy regresa
Con agosto entre sus húmedos
Muslos.
Ya es tarde
Y se aproxima septiembre
Dejando en el umbral
El hacha suspendida
A la espera del primer cabello suelto.
¿Algo de luna entre mis dedos?
¿Algo de lluvia bajo la piel?
Estará la misma danza de un día olvidado
Pegada en la retina del mendigo ausente.
El hacha está en septiembre
Será mejor…
Esperar los vientos de agosto.

viernes, 28 de enero de 2005

La Puerta del que espera

Creo vivir en el tiempo de las moscas
Donde todo se esfuma bajo líneas
De lápiz y de tiza.
Es la tarde un dibujo de lluvias
Y aún el agua no moja el concierto
De las horas en el cansado reloj
El asfalto ha perdido su talle
No hay sitio para el solsticio
De unas manos empuñando el frío
Todo se sucede bajo la falda apretada
De una niña que juega con ser puta
O al menos monja de convento
La mujer de la esquina no entiende
El lenguaje de los sexos encontrados
Y se arriesga a ser mujer del mismo
Del mismo que habita multitudes.
En juego de vitrinas rotas
El diminuto bisturí de la espera
Comercia con un dueño adormilado
Los pases mágicos del dinero falso.

¡Al fin alguien cierra la puerta!

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 14)

Pasaron muchos días antes que las cosas regresaran a la normalidad, y digo normalidad refiriéndome a la vuelta de mi vida “social”, volví a conciliar el sueño, fue en ese entonces cuado descubrí las inmensas lagunas mentales que de tiempo atrás venían sucediéndose como blancas sábanas, afectando no solo mi lucidez, también mi ubicación espacial y temporal, las noches venían convirtiéndoseme en días y los días en noches interminables que afortunadamente ya no contaban con la raspada voz de un Diomedes Díaz, extinto, para bien de mis oídos y los de Nati; preocupada por el descuido al que había sometido al nene, quise visitarlo al Bienestar Familiar, sorpresa grande cuando pude enterarme a través de la trabajadora social de su ida al exterior con la pareja de extranjeros tan encariñados con el niño, un niño tierno y lindo con sonrisita de flor. No recordaba al par de tipos que encontré, al regresar a casa, esperándome en la puerta del apartamento, si no es por la libreta roja que el más flaco había sacado del bolsillo de su camisa a medio planchar. Aunque mi memoria era frágil inmediatamente recordé el motivo de la visita. Las preguntas tenían que ver ahora con el extraño asesinato del señor del 301, Diomedes Díaz era obvio que no se estuviera escuchando, ¡Diomedes Díaz a la mierda! ¡Diomedes, hijo de la puta, al infierno! No pude ocultar la alegría que sentí, y los perros sabuesos, notándolo, disparaban sus cañones babosos apuntándole a un blanco más allá de mi negra memoria. Recostada en la puerta me negué a la solicitud de ellos a entrar. Estaba en mi derecho y nada ni nadie podían obligarme a algo que no quería, entonces chau.
No sé cuántos meses se acumularon de agua, luz y gas sin pagar, producto de mi desmemoria, pero ante todo de la falta de dinero: otra bailarina sacando provecho de sus pechos guturales, caderas ronroneantes y ojos espumosos, estaba ganando lo que yo debía ganar, cobrando lo que yo debía cobrar.
Bueno, a todo uno le puede sacar el cuerpo, a todo menos al hambre, y ahí sí que estaba en una situación complicada, sin salida y sin opción alguna.

jueves, 27 de enero de 2005

Monta de la espera

Hoy jugué a ser yo mismo
Mientras montaba sobre la espera.
Tomé el fuego del deseo
Y construí una isla de imposibles.
Quise fingir la soledad
Y las paredes se quejaron
Con su mirada de pintor desfallecido.
Sobre una esquina del silencio
Tomé asiento
Y me dispuse esperar
A ese estibador de naderías
Que hace tiempo me habita
Y que me aturde con su equilibrio.

Ayer
Luego de cien años
Descubro que el tiempo
Es un goteo de palabras y sueños
Sobre el suelo mojado de la memoria.



... de Pistolas y Rosas (Capítulo 13)

Los nervios me asaltaban sin previo aviso y a plena luz del día, el género humano me fastidiaba, estaba perdiendo peso exageradamente, caminaba por el aire. Decidí pasar las fiestas de fin de año encerrada a pesar de la fuerte demanda de trabajo en el bar, arriesgando que me licenciaran para siempre por incumplida e irresponsable. Sólo tenía a la Nati, la Nati y su presencia voluble llenando todos los rincones de mi triste estancia. Un encierro voluntario donde el único tormento era la insistente lluvia de golpes contra la puerta del apartamento.
No sé por qué, pero fue un domingo, digo domingo porque era el día que Diomedes duraba dando sus con-mucho-gusto, sus ay hombre, a todo volumen, desde las siete de la mañana hasta diez de la noche, cuando varias voces llamaban con premura y preocupación invitando a que por favor cualquiera abriese la puerta, digo no sé por qué, pero abrí. Dos hombres: uno delgado de ojos hundidos y rostro pálido, el otro de contextura gruesa, bajito, de mirada inquisidora y desconfiada. Por sus expresiones pude deducir mi total desaliño, en nada me preocupé, quería echarlos a patadas lo más rápido posible. Mientras el gordo mofletudo importunaba con sus necias preguntas, el otro llenaba una libreta de apuntes con trazos tan desbaratados como su propia figura. No recuerdo qué respondí, mucho menos qué preguntaron. Sólo recuerdo la molestia de saber que muy pronto volverían a importunarme con sus preguntas, pero mucho más con sus figuras desproporcionadas y asimétricas. Respiré más calmada no sólo por la partida de ese par, también me vino algo de alma al cuerpo cuando percaté las velas encendidas y el montón de frascos de formol destapados bajo las sillas, frente a la cocina. Sentí los nervios disparados, la fuerte descarga de ansiedad empezó a hacer mella en mi equilibrio, me costó mantenerme de pie, un pequeño olvido y la Nati se iría para siempre de mí, eso sí que no lo podría soportar. A gatas, casi arrastrándome, llegué hasta la nevera, descubrí que necesitaba más hielo, lo cual significaba tener que ir a comprarlo, y por desgracia salir.

miércoles, 26 de enero de 2005

Toque de Vida

Llevo clavada la espina
Del tiempo en mis ojos
Duele el roce vertical
De los segundos
Cada sol al otro lado
Es un cuchillo abierto
En la estación de la sangre
Un signo de muerte
En la palabra Vida
Duele tanto estar despierto
Sintiendo las hojas pegadas
Al otro extremo de los dedos
Que hambriento desprendo
Cansado de la piel
Las manos y la risa
Cansado del mundo
Que parece una letra
Cansado del sol
Que escupe sus días lentos
Detengo el tren con una rosa
Cambio las agujas del destino
Y oculto mi foto
En el bolsillo de atrás.

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 12)

Al cabo de dos meses pude volver a mi trabajo de bailarina, durante aquel tiempo, un poco duro económicamente, me vi obligada a recurrir a mis ahorritos que, aunque pocos, fueron como caídos del cielo. Las dosis de formol y de velas aromáticas necesitaron ser dobladas. También las tardes se volvieron pesadas, las nubes más grises que nunca, parecía que todo el departamento era una nevera viviente. No resistía un solo instante las pequeñas corrientes de aire, el frío se cuadruplicaba en las noches, hasta compré una ducha eléctrica por una suma que aún me parece exagerada. La paranoia de sentirme perseguida, sospechosa, por la desaparición de la Nati, fue menoscabando mi equilibrio psicológico a tal punto de atreverme a cancelar la línea telefónica con una llamada a la Empresa de Servicios Públicos solicitando desconexión temporal, aduciendo largas vacaciones fuera de la ciudad. Me enloquecía cuando sonaba el teléfono, imaginaba mil cosas disparatadas y posibles. Vivía en constante zozobra, hasta necesité utilizar calmantes para dormir. Pero a dónde iría yo a parar si continuaba arrastrando de insomnio las noches, o mejor, las tardes que me quedaban para descansar y reponerme del trabajo nocturno.
Oye Nati, hace días que la policía merodea el edificio, hasta he visto señores extraños interrogando en cada apartamento, no demoran en llegar hasta aquí, seguro ya han venido pero no nos han encontrado. Parece que de nuevo hubo otro muerto. Deberían de una vez por todas llevarse a la vieja bruja del 402, ella debe ser la responsable de tanta muerte y tanta sangre, pobrecito, viviendo con tremenda arpía, ella es la asesina. Nunca la he visto, aún así, no me es difícil imaginar su cara homicida, sus largas uñas encorvadas como garfios, su extravagante mueca sanguinaria, sus ojos de cuervo con largos días de ayuno… sus antecedentes penales son prueba irrefutable. ¿Por qué no acudían a ellos? ¿Acaso esperaban a que murieran más inocentes, víctimas de una anciana loca, desquiciada y hasta satánica? Ya no tenía tiempo de visitar al nene, el Bienestar Familiar quedaba muy lejos, y cuando terminaba mi turno en el bar tan solo pensaba en dormir, nada más que dormir. Parece ser cierto, pero estas malditas pastillas ya no sirven para nada, no me hacen efecto alguno, si sigo así voy a terminar en el manicomio, en algún San Camilo.

martes, 25 de enero de 2005

INCENDIO

Quemé tu recuerdo.
Las cenizas andan sueltas.

Sabbat de Papel


Luzbel se ha vestido de fiesta
Para esta noche que huele a lluvia
Entre el miedo y el espejo
Da sentencia con su mueca de cobalto
Me azota con el vidrio de su risa
Y clava mil tildes en la punta de mis dedos
El Negro Caballero no sabe de orquesta
Ni de sueños a mitad de la vendimia
Él solo sabe de juegos malditos
De creyones rosados en la sangre
Y de encías rojas contra caries y saliva
Voy mostrándole el alma que huele a hierba
Para espantar su fábula de santero
Engañándole con dos-puntos en el pecho
Fingiendo un crujir de papel en el bolsillo
Vendiéndole mis huesos un sábado
Cambiándole mis sombras por ropa vieja
Para después rasgarme en sus uñas
Y deslizarme por sus venas como sangre
Fuego de infierno
Antes de que salga la luna.

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 11)

Nati, te cuento que aún duele, sí, ésta hinchazón no pasa ni colocándole toneladas de hielo. Imagínate, así ni modo alguno de bailar, mejor dicho: estoy requetejodida. Ahora cómo diablos hago para ganarme lo que me gano por bailar, estoy en la perola. Hoy alcancé a visitar a tu nene, no pude verle porque estaba dormidito después de tanto juego, tú sabes, a esa edad ellos no quieren sino jugar, jugar, y seguir jugando. La trabajadora social me dijo que ya estaba en proceso de adopción, una pareja extranjera lo había visitado y me dijo que estaban muy encariñados con el niño. A mí también me duele pero qué más le podemos hacer, tú como yo sabemos que es por su bien, por su futuro, en él vas a ver realizados tus sueños. No me preguntes por El Churco, ya sabes, fácil olvido, de ti ya ni se acuerda, aunque de ves en cuando me mira a los ojos y puedo sentir sus preguntas pero me digo que son suposiciones nada más, y ya. Fácil para él fue encontrarte reemplazo, una rubia de esas que tanto les gusta a los hombres, para mí que es peliteñida, tiene sus grandes pechos, también envidia de la Julieth, y un trasero de otro mundo. Dicen que viene de Cali, bueno, al fin y al cabo alguien te iría a remplazar. Aja, hoy me lo encontré cuando venía subiendo la escalera. No te niego que lo vi guapo, aunque aparenta timidez su mirada es misteriosa, penetrante y sensual, con ese porte juvenil que tanto le hace bien a su carita de niño. Qué detalle para conmigo, sino hubiera sido por él no sé cómo hubiera podido subir hasta aquí, si todos me miran como bicho raro. Hoy me esperó a la entrada, allá abajo, sabe mis horarios, me preguntó cómo había seguido del pie, yo le conté mis progresos. Sacó de sus bolsillos un frasquito color azul, me dijo que su tía acostumbraba a sobarse con este ungüento cuando sufría tronchaduras y que era un remedio casi bendito. ¿Que si me gusta? ¡Estás loca! Con esa tía que tiene, sí, Marla, no la conozco pero se me hace toda una bruja experta en sacrilegios, torturas y demás y no exagero, mira lo que te conté, ella tiene su cuento y de hace años atrás, por eso la encerraron, por asesinato, pero está libre porque así es la justicia en éste país de cafres. Para mí ella tiene untadas las manos con la desaparecida del 401 y me arriesgo en afirmarte que también con la muerte del pensionado de ECOPETROL, el del 201, la semana pasada apareció con dos puñaladas: una en el cuello, la otra cerca al corazón. Tengo mucho miedo, afortunadamente te tengo a ti. Aquí te traje más hielo para refrescarte. Hasta he llegado a pensar lo mismo. Menos mal no soy la única en sospecharlo. Sabes cuánto me dolería descubrir esto cierto, no dejaría de sentirme culpable, si tan solo hubiera revisado el cerrojo… pero cómo… si así estoy bien, contigo, no, no soy egoísta pero así me siento mucho más a gusto y no me da temor expresártelo. Mira cómo la pasamos de rico, siempre teniéndote a la mano y lo mejor teniéndome tú a mí para cualquier cosa. Otra vez ese maldito del 302, con sus vallenatos del diablo amargándonos la vida, ese Diomedes debió haber nacido mudo en lugar de drogadicto.

lunes, 24 de enero de 2005

Bagdad Meridiano Cero

Una voz en la arena
dibuja símbolos de agua
que las estrellas persiguen
Miradas que triangulan la noche
persiguiendo rasguños de luz
en los tejados
Un niño duerme con sus ojos
abiertos y la primavera
en el pecho
Es el marzo de las rosas en la piel
y el otoño en los bolsillos
No es el tiempo de los ojos
en las manos
Pero alguien llenó de agua
las pupilas y de algodón
las sonrisas
Atentas a la curva de la herida
las líneas de la historia
dilatan un punto final
más allá de los cuerpos
esconden los signos trágicos
en la comisura del espejo
mientras la mañana blanca
se desangra por dentro
y es abril
y aún llueve.

Fondo Profundo


No se siente el calor de las manos
Solo se oye la suave caricia de sus dedos
Como brisas de agosto
Sobre altos campanarios.
Dedos acostumbrados al vaivén de las formas
Uñas diestras en el arte de arrancar sombras
Pases mágicos que conjuran
La vendimia de los cuerpos
Y de nuevo una voz que se estrangula
Mientras los pájaros vuelan
Y sus alas se desnudan.


... de Pistolas y Rosas (Capítulo 10)

Todavía recuerdo el día que supe del indeseable pasado —además oscuro— de Marla. Llegaba de compras (éstas siempre escasas), un martes, inolvidable por el tráfico, la congestión y las manos de esos hijos de puta persiguiendo mi trasero en pleno centro de la ciudad. Su sobrino, con una camisa a cuadros y esos ojos profundos imprimiéndole un aire donjuanesco, se acercó a ayudarme a bajar del taxi. Un poco apenada por la otra tarde, forcé un guiño de gracias, pero un movimiento torpe de mis pies fue a dejarme de bruces contra el cruel cemento del andén. Dislocación de tobillo. Rápido corrió en mi auxilio, llevándome casi alzada hasta la puerta del edificio, el dolor se hacía insoportable hasta el tope de las lágrimas. Abrió la puerta, y mientras descansaba sobre las primeras gradas, él se apresuró a recoger el contenido de mis paquetes desparramado por toda la calzada. Aún con el dolor apretándome los dientes no dejé de echarle un vistazo al buzón. Un sobre tirado en el suelo le lanzaba trocitos de carne a mi gatuna curiosidad. Lo escondí bajo la blusa, suponía pertenecer al 402. Cuando, gracias a los brazos prodigiosos de mi vecino, pude llegar al departamento, empujada por la curiosidad que era más fuerte que el mismo dolor, no esperé despedirme agradecida y escudándome en la pena y el dolor cerré ávida la puerta luego de dejar adentro mis paquetes. Rengueando a uno y otro rincón fui encendiendo las velas aromáticas, que junto a los frascos destapados de formol ayudaban a espantar los malos olores como espías delatores de la Nati. Sentía que mi buen samaritano continuaba al otro lado de la puerta por si algo trágico nuevamente me acontecía. Luego de tanta espera infructuosa se marchó, dando tres golpecitos, recordándome que él estaría pendiente, lo cual me incomodaba.

Cárcel El Buen Pastor.
Celda 801 Capacidad: 2
Número de camarotes: 1
Baños: 1
Juego de sábanas limpias: 2

domingo, 23 de enero de 2005

Siluetas Láncidas

Las fotos del periódico merodean mi taza de café
Hay algo en los ojos retratados
Como un diamante haciendo cáncer de pupila
Veo manos como palomas desnutridas
Luego de perseguir cometas por cien años
También hay pechos desnudos engañando a la muerte
con sus trazos de azogue como mapas de Carnaugh
Persigo las letras que dan brincos de pistola
Buscando los nombres adecuados del olvido
Hallando bajo grandes titulares
Fugadas líneas de sangre que le dibujan autopistas
al herido corazón de la mañana
Cosido a tiros a su piel alcanzo a recoger un geranio
Pienso que llueve y hace frío
aunque no haya misa por los muertos.

MARZO 2003 D. de C.

Scherezada espanta las sombras
encendiendo el fósforo de su voz
contra la nochE
Al paso de las moscas
tan solo una línea gris
tejiendo el vientO

sábado, 22 de enero de 2005

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 9)


El hambre se me despertó luego de tanto agite, de tanto acomodar y apretar bolsas negras y chorreantes, de limpiar una y otra vez aquí allá. De llorar, de mirarme al espejo para cuidar mi aspecto, de pensar, y sobre todo, de extrañar, sí, de extrañar la voz de la Nati desde ahora.
Preparé huevos fritos, sin sal, que bajé con un sobrante de gaseosa y dos panes endurecidos. Luego, una ducha fría no sin antes dar un beso tierno a la nevera, pensando en la Nati, tal vez saludándola.
Tan linda idea de vivir para siempre con la Nati, ella en mi apartamento esperando que yo llegue para poder hablar tal vez toda la noche, o mejor dicho, poderme escuchar (aunque fuera desde la nevera), poderte contar los rumores de tu ausencia en el bar de El Churco, que la Julieth apenas pasa colores de la envidia cuando le cuento de tu buena suerte al resultar favorecida con una beca universitaria, de cómo tu hijo crece hermoso y fortachón, que ya no llora tanto como en un principio cuando recién te fuiste estudiar al extranjero, que ahora siempre me ve y se arroja en mis brazos como si fuera su madre cada vez cuando lo visito al Bienestar Familiar, pero tranquila mi Nati, tú serás irremplazable. Los paseos a centros comerciales, vitriniar, comer helado mientras soñamos con unos pantaloncitos y una hermosa camisa de colores para el nene, tan lindo que se vería con esa risita picarona de esconde diabluras mientras nos descuidamos; todo volvería a la normalidad, como siempre, yo recorrería por ambas aquellos viejos sitios, el parque recreacional, las máquinas de diversiones, los tipos guapos coqueteándonos a espaldas nuestras, nosotras divertidas de poder provocarles con nuestros culos y los descaderados que ya están pasando de moda pero que nosotras lucimos aún -yo a pesar de mis años y de algunos kilitos de más-. Llegaré apresurada y ansiosa a contarte mil cosas que, sé, te parecerán divertidas. Tendrás que aguantar todas las mañanas los insoportables con-mucho-gusto de Diomedes Díaz, sé que no te gustan, qué te van a gustar si te recuerdan, como a mí, aquel feo antro donde noche a noche nos ganamos -tú de mala gana, yo de media gana- el pan, pero qué le vamos a hacer si son como el himno nacional del 301, el del vejete aquel de sonrisa a medio construir que tanto fastidio te producía cuando lo encontrábamos en la escalera o cuando estaba pendiente de tirarte la llave del edificio cada vez que venías a visitarme sin ni siquiera dejarte apenas timbrar; sé de las ganas de gritarle unos cuantos madrazos, por eso mi manía del rock a todo dar, seré precavida contigo: dejaré encendida la radio para evitar tanto acordeón insoportable y tanto insufrible …ay hombre! Te quise con el alma/bien sabes que amarte más no pude… ¡malditas canciones de puteadero pobre!

viernes, 21 de enero de 2005

débano oscuro

El viento colgado
de sus trenzas oscuras
juega con las moscas
que se aproximan incautas

Se une al silencio
la sombra de los pájaros
con sus graznidos de algodón

No se oyen los sonidos
se ven sus ondas elípticas
como pinturas de Chagall
acuchilladas contra el muro

Los venados con sus patas
enlunadas
beben las uvas rojas
de la mano que aún vigila la
herida

Nadie preguntó por los signos
dibujados sobre la piel delgada
del agua
Era la ocasión de descargar el fajo
de uñas secas contra la carne
sin esperar las gotas de un año largo

Muchos hablan de ríos podridos
de pies descalzos y cuerpos mutilados
Pero más allá de la niebla
las rosas nos vigilan
nos esperan.

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 8)


Empecé a preocuparme más cuando alguien llamó a la puerta. Me acerqué y pregunté quién era. Al otro lado, una voz conocida preguntaba si todo estaba bien, pues, no le fue difícil escuchar ruidos extraños que le preocuparon durante la madrugada. Con evidente turbación me disculpé alegando problemas con ratones sin caer en cuenta que era una excusa demasiado poco creíble, pero algo debía ocurrírseme en ese momento como para evitar ser más sospechosa. Aunque no tuve que hacer mayor esfuerzo en evadirle, sin necesitar abrirle, un leve temblor empezó a desdibujarme todo el cuerpo. Por primera vez tuve miedo, un miedo que subía de los pies en dirección a mi lengua que, de por sí, ya era una bola. El piso era un lodazal de sangre y entrañas, una felpa de vómito espeso subiéndome y obligándome a cerrar con manos y fuerza la boca. Estaba trastornada luego de sentir al joven del 402 preocupado por lo que pudo suceder en mi departamento. La idea de no abrirle fue perfecta, no hubiese podido evadir sus ojos inquisidores. Pero ahora, todo era un tiovivo girando desproporcionadamente y sin control. Tomé un descanso para quitar con jabón y agua algo de sangre y de piel. El espejo reflejaba la imagen de alguien ahuecado en su propio sudor, en su propia angustia, y de nuevo ahuecada en la sangre que no era suya, de otra ella, de muchas ellas, tal vez, pero nunca suya. Nunca mía.
La nevera.
Pensé que era el mejor lugar para esconder a la Nati, o mejor dicho, esconder su cuerpo mutilado. ¿Pero qué más podía hacer? Esconderla allí no fue problema, no necesité desocuparla pues casi siempre la nevera estaba vacía, nunca por falta de dinero sino de tiempo y algo de voluntad. Prefería siempre la comida chatarra: hamburguesas, perros, pinchos, pizzas, etc. Algo rápido, sin compromisos nudosos de cocina.

jueves, 20 de enero de 2005

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 7)

Por más que la hubiese querido… pero verme en enredos penales… ¡Algo tenía que hacer! Algo debía ocurrírseme. En ese momento solo supe que su hijo, ahora más que nunca, dependía de mí, no sé cómo me las iba a ingeniar para hacerle llegar mi auxilio sin despertar sospechas. Aunque muchos pondrán en tela de juicio los sentimientos de amistad y cariño que me ataban a la Nati, tendré que decirles lo mucho que me dolió haber tomado tan cruel decisión, aquella que estaba a punto de llevar a cabo. Ya encontraría el tiempo suficiente para preguntarme quién sería tan desalmado como para perpetrarle más de veinte puñaladas —tan certeras— por todo su cuerpecito visiblemente indefenso, denunciarlo o llegado el caso tomar la justicia por mis manos como es común en éste país de cafres. Me dirigí hasta la cocina, me armé como mejor pude y empecé a descuartizar a la Nati con gran pena en el alma. Afortunadamente encontré buena reserva de bolsas negras, como quince días atrás había comprado un paquetico de cien a un señor que luego de subirse al bus y con el cuentico de rehabilitación para ex-drogadictos ofrecía no solo su cara destemplada sino también el producto que tanto necesitaban estos pobres muchachos sedientos de solidaridad y compresión y de otro chance hoy por mí mañana por ti. Una a una fui depositando sus extremidades en bolsas aparte al igual que el tronco y su cabeza. Cada vez que hundía el cuchillo en su blanda carne me era difícil imaginar que tanto odio, tanta sevicia, pudiera guardarse en un corazón como para llegar a cegarle la vida a alguien tan llena de ilusiones sueños y esperanzas; así el presente hubiese sido tortuoso la Nati esperaba una luz al otro extremo del túnel.

miércoles, 19 de enero de 2005

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 6)


Pude darme cuenta que ya era tarde. El reloj despertador, aunque tenía averiada su antes útil alarma, marcaba las 11:43. Nunca antes había compartido la cama con alguien si el propósito era amanecer, aún así, extrañé la presencia de la Nati. Presurosa me dirigí al baño. Hice pis. Con la cabeza aún revuelta de indignación por lo que había acontecido en el bar y pensando en la Nati que, muy temprano, debió haber abandonado el apartamento, me desperecé frente al espejo, antes de cepillarme los dientes, no tenía ganas de ducharme por lo que decidí ir hasta la cocina y prepararme un tinto bien cargado. No avancé más de dos pasos cuando un miedo estrepitoso se apoderó de mí al ver dos enormes manchas de sangre filtrándose desde afuera, bajo la puerta de entrada. El miedo era tal que no alcancé a ver el cuerpo bañado en sangre, acuchillado, sobre el mueble gris de la sala. Sólo pude darme cuenta cuando al abrir la puerta necesité volver a cerrarla tras verificar que las manchas no provenían de afuera sino del interior del apartamento, ¡mi apartamento! Con el suelo moviéndose bajo los pies fui acercándome, dudosa, sin saber qué hacer, necesitaba calmarme y pensar antes de cualquier determinación. Era una mujer. Los zapatos dispersos, uno bajo el sofá, el otro lleno de sangre, más allá, junto al comedor que solo quedaba a dos pasos de la sala de estar. Su cara era una masa sanguinolenta difícil de identificar, donde el cabello alborotado cubría desordenadamente el rostro a manera de largos pegotes que, en medio de su color púrpura, daban visos de un color castaño. Me detuve, más que aturdida, cuando percaté llevaba una de mis batas de dormir, la que había prestado a la Nati la noche anterior. Sus manitas colocadas sobre el pecho, con las palmas vueltas hacia delante, daban la triste sensación de un vano intento por defenderse. No necesitaba darle más vueltas al asunto para descubrir que aquel cuerpo era el de la Nati.
Intenté levantar el teléfono y llamar a la policía para denunciar lo sucedido pero las dudas no me dejaron. ¿Qué les diría? ¡Yo era sospechosa principal!

martes, 18 de enero de 2005

Insomnio


No tengo sueño
y estoy tentado de llamar
de llamar al otro lado del silencio
El frío se entretiene con mis pies
mientras me someto a la delicia de
los dedos arañando mi sexo
Intento recordar el cuerpo desnudo
que repartí por los puntos cardinales
de mi cama vacía
Todo es en vano
pues mis entrañas me torturan
con su goteo de hambre
y el sueño se esconde
y el día revienta a través de las cortinas que huelen a mugre
a polvo y a orín
Es un cuchillo el devenir
de las horas
Y una tortura el vivir conmigo en ésta soledad
que me destierra más allá
de las sombras.
...

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 5)

Mientras jugueteaba con su vaso de cerveza, la Nati miraba a uno y otro lado dentro del café, me percaté que no solo iba fijándose con detenimiento en la decoración del lugar, también se preocupaba por las personas que departían en otras mesas. Estudiaba el movimiento de sus conversaciones, el vaivén de las manos cuando las palabras eran profundas o sostenidas. La manera de quedarse tan quieta, observando, no con detenimiento sino con perversa curiosidad, el monótono transcurrir del tiempo en las demás personas fue lo que más me impresionó de ella aquella noche; no que luego hubiese pedido un trago doble de güisqui, además costosísimo, sino esa pausa sostenida sobre el resto de la gente. En ese momento las cosas no fueron claras para mí. Pero él estaba ahí, en su mirada, en esa forma de desnudar a la gente con esos ojos sibilinos, misteriosos. Él, como aquella tarde de lunes, de Gun’s and Roses retumbando, como una presencia vagarosa, insistente, sometiéndome, sin dejarse sentir tras la pesada bruma del cigarro, la cerveza y los Beatles, que ya se escuchaban algodonados, tímidos.
La invité a abandonar el lugar. Atontada por el licor balbuceó una afirmación más de protesta que de común acuerdo. La Nati canceló todo, pagó con un billete de cincuenta. Me sentí incómoda pero no quise herir su gesto de amabilidad, pues la última vez yo había invitado, y también pagado. El viento, que era frío, pegaba fuerte. Las calles concurridas de luces se hacían cada vez más espesas. Aún así, decidimos caminar y dejar para otra noche la comodidad del taxi. Varias veces necesité sujetarla firme del brazo, evitar una caída penosa. Hablábamos a gritos, quizá para sentirnos más cerca la una de la otra, como cuando de niña mis padres me dejaban encerrada en la pieza de arriendo y buscaba compañeros cómplices entre la fantasía y la soledad, aminorando el miedo y la angustia de verme infinitamente frágil, dialogando con las paredes, las cortinas y el silencio. Inventando historias de mar, de submarinos tripulados por duendes y capitanes valientes, enfrentados a monstruos gigantescos tan vulnerables a los rayos equis como al pitido doloroso de mis gritos. Necesité avanzar unos metros más para darme cuenta que la Nati no podía con ella misma. Era necesario llevarla a mi apartamento. Tomamos un taxi y mientras recogía su cabello con dulzura, recostando su cabecita en mi hombro, la sentí dormir. Sus pechos desabotonados respiraban fatigados mientras balbuceaba frases incoherentes anegadas de alcohol.

domingo, 16 de enero de 2005

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 4)

En ese momento ella era el único hombro donde recostar mi indignación.
Prometiendo acompañarme hasta el apartamento se había desnudado y cambiado de ropa. Me gustaba verla con su vestidito rojo que tanto hacía juego con sus piernas bien torneadas, el escote dejaba en evidencia el incisivo valle de sus senos; recordaba mis años mozos, verla así, tan llena de sensual juventud. Hasta envidia despertaba, a mí de la buena, a diferencia de las otras, sobretodo la Julieth, aprovechando cualquier oportunidad de indisponerla frente al jefe con sus comentarios de mal gusto. Todas sabíamos que era envidia. Ella, simplemente la ignoraba, aunque no la soportara. Tomé mis cosas, ella, ya cambiada, con un jean desteñido y una camisa vaquero parecía toda una universitaria; abrió la puerta, y, avisándome que no había moros en la costa, nos descolgamos a la calle por la parte trasera del negocio sin que nadie nos viera. Me sentía tan bien. Ella a mi lado. La sentía como la hermanita menor a la cual proteger, al mismo tiempo, la cómplice de aventuras y fechorías. Esa noche, recuerdo, entramos a un café ubicado en los alrededores del parque Las Palmas. Pedí un capuchino, ella una cerveza. Nos sentimos a gusto en aquel lugar, la música, todo. Por un momento creímos ser dueñas de otro mundo, llevar otra vida. Estábamos infladas de espejismos. Era tan grato fantasear con las desgracias haciendo más soportable el peso del destino. El Let it Be de los Beatles caracoleaba con sutiles altibajos por entre el oleaje de las conversaciones, cada vez más álgidas por el fermento de los vasos de cerveza. Un hombre de aspecto delicado, escondiéndose tras su delantal verde avanzaba hábilmente entre las mesas y la gente, cigarrillos a medio encender, cerveza rebosante, helados delicados, facturas y dinero, mellaban el pulso firme con el que sostenía la bandeja plateada. El muchacho de cabellos sueltos, ubicado frente a nosotras, hacía su pedido de cervezas cada cinco, siete minutos, levantaba su mano, sin dejar de mirarnos, una cerveza por favor. Estaba solo, pero creo, no se sentía del todo tan abandonado. A sus ojos azules le sentaba bien el suéter que del mismo color resaltaba la hermosura temeraria de sus gestos inquisidores, seductores. Las dos chicas, sentadas al lado izquierdo del de los ojos azules, parecían entretenerse con el humo de sus cigarros, se miraban mutuamente sonriendo, como presas de una súbita complicidad. Hablaban de cosas extrañas, bueno, al menos incomprensibles para mí. ¿Serían universitarias? Tal vez, pero su manera de tratarse, de vestirse, no encajaba con la imagen que, de las conversaciones con la Nati, había adoptado de ellas; pero por el tema de su charla fácilmente se veía —o se escuchaba— que lo eran.

martes, 11 de enero de 2005

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 3)

Pude enterarme, mucho más tarde, que aquello hacía parte de un pequeño incidente relacionado con una vecina del mismo piso, quien de tiempo atrás venía quejándose de los molestos ruidos provenientes del apartamento de su puntual vecina. Hacía más de un mes en el que a elevadas horas de la noche no paraban de escucharse los insoportables martillazos contra la pared que desgraciadamente lindaba con su dormitorio. No bastaron los llamados de atención formales que la afectada había hecho llegar a través de la administradora del edificio, tampoco los madrazos como respuesta inmediata a cada golpe de martillo. Nunca supe cómo terminó aquel pleito, lo que sí puedo asegurar es que además de no volverse a escuchar comentario alguno, tampoco nadie volvió a saber de la señora canosa que, durante años, había ocupado el 401.
No me pasa nada, tranquila, le había dicho a la Nati para que dejara de preocuparse por mí, pero en vano resultaban mis esfuerzos por disimular la ira que sentía y las inmensas ganas de asesinar a ese maldito, me exasperaba que alguien intentara propasarse conmigo, estaban equivocados si creían que por el hecho de bailar en un bar, necesitara, al igual que mis compañeras de trabajo, vender mi cuerpo, mira que me da rabia esto, sí, que me confundan, mi trabajo es artístico y no pretendo llegar a prostituirme, todo lo contrario yo veo que a pesar de mi edad el baile es algo que se lleva por dentro y que nunca deja de extinguirse así pasen los años, pues, aunque se pierda agilidad y elasticidad otras cosas se compensan. El muy hijueputa me había cogido el culo. Así no más, y sin más de qué. Como no me dejé, el muy mal parido de un brinco se paró en plena pista a obligarme, con billetes en mano, a bailar con él, hasta llegó a insinuarme cosas como tener sexo en plena pista, el muy hijo de… Yo le conté esto a la Nati con un temblor en las manos mientras El Churco parecía derribar con su puño la puerta del vestidor. Me negué a salir ante la amenaza de verme despedida, con lo difícil que era conseguir trabajo. Pero no, había ganado mi dignidad, y fumando desesperada un Green solté un par de expresiones soeces que por el silencio al otro lado de la puerta juzgué eficaces. Nunca nadie me había humillado de tal forma, la Nati comprendía. Yo también la comprendía a ella, su difícil situación económica, la frustración de ver interrumpida su juventud por la prematura responsabilidad materna, un hijo que mantener y una carrera echada por la borda. La vida no le dejaba más opción. ¡Cuánto llegué a quererla! éramos mucho más que compañeras, amigas, muy amigas. Muchas veces compartimos situaciones tan difíciles como el hecho de esconder a su hijo, encendido en fiebre, tras el ropero de mi vestidor, sin que El Churco se diera cuenta; esperar a que ella atendiera a un cliente en la habitación de al lado y así conseguir uno cuantos pesos para poder llevarlo al médico.

miércoles, 5 de enero de 2005

Pájaros en la lengua


A mi padre, JFRB

La muerte se ha vestido de frac
mientras el naipe de los vivos
por la mesa se extiende
Caen como agujas
los recuerdos en la piel
de la memoria
Y la lengua se incinera de monosílabos
y de hojas secas

Vuelven los perros a ladrarle
a esa dama enlunada
que todas la noches barre la luz
en las persianas
a esa dama enlunada que
con el otoño en sus dedos
sostiene los vientos y el silencio
evitando que diciembre deje de sonar
en las campanas

Y resbala la noche
Y se pudren mis ojos
mis uñas y mi piel
como si las espinas no bastasen
como si el dolor fuese sólo un quejido de piedra.

... de Pistolas y Rosas (Capítulo 2)

Nunca me interesé por la vida de los demás, es más, era casi imposible trabar relación alguna con cualquiera de los que allí vivieron; estaba obligada a extenuantes jornadas laborales contrarias en horario y exigencia a las de un trabajador normal. Ellos llegaban, yo salía; ellos salían, yo regresaba. Maneras descuadradas de ganarse la vida. Aún así, consideré extraña la circunstancia de que un muchacho a su edad, y a esa hora del día, no estuviese, o bien estudiando en alguna universidad, o bien, ganándose el diario de manera alguna que al fin y al cabo no tenía por qué interesarme.

Su tía paterna fue quien luego de la trágica desaparición de sus padres en un lamentable accidente de tránsito, había tomado la decisión de adoptarlo. Marla. Tuve la oportunidad de conocer su nombre gracias a los recibos que todos los meses llegaban al buzón de mensajería del 402. Siempre me encantó revisar la correspondencia ajena, era inevitable, luego de abrir la puerta metálica que daba acceso al edificio. Una vetusta caja de madera empotrada en la pared, con varios números de tres cifras inscritos en color blanco sobre menudas ranuras que identificaban uno a uno los departamentos, hacía las veces de buzón. Me llevaba algo menos de cinco minutos revisar la correspondencia de cada uno de los casilleros (nombre bastante sofisticado para tan precarios habitáculos), verificar nombre, número telefónico y de apartamento; método indelicado de conocer a mis vecinos, pero que de algún modo compensaba esa extraña dificultad de relacionarme; era sin duda la manifestación teórica de tantas horas libres frente al televisor digiriendo emisiones enteras de The History Channel, el mundo del espionaje: sus protagonistas, sus métodos, técnicas y errores más cruciales.

Ella tendría unos sesenta años de edad en ese entonces. Nunca tuve la oportunidad de conocerle, aunque no hacía falta, pues la imaginaba redonda y chiquita con solo revisar el cajón del correo. Ningún atraso en sus recibos. Sólo un día pudo detenerme, con intriga frente a su casillero, la posibilidad de saber que no todo en ella podría ser perfecto: Venía de una jornada demasiado extenuante, tanto así que El Churco mandó llamar más niñas para que suplieran las necesidades de tanta clientela. Recuerdo bien, era quincena, una quincena previa a lunes festivo. Las mesas estaban llenas y el sitio a reventar. Necesité salir al escenario el doble de lo acostumbrado. Al final, las propinas compensaban el esfuerzo hecho, pero el cuerpo me recordaba que había un límite y que de su lenguaje de cansancio estaban excluidas las blandas palabras de la costumbre. Cuando regresé no tenía fuerzas suficientes para mi labor de espionaje a pesar de que los casilleros estaban repletos de sobres y demás. Aún así, pude identificar el logo de la Fiscalía General de la Nación, tan familiar para mí por razones que ahora no vienen al caso pero que obviamente nada bueno se traían.

martes, 4 de enero de 2005

...de Pistolas y Rosas (capítulo 1)

Aún está grabada en mi memoria aquella tarde de lunes. De Gun’s and Roses retumbando y del timbre insistente en la puerta. Sin bajarle volumen al equipo, con la perilla más allá de la mitad, abrí. Unos ojos expresivos de hermosura metálica atravesaron mi delirio emocional y fue entonces cuando comprendí la tamaña desconsideración para con los vecinos. Apenada por mi falta de tacto regresé. Bajé el volumen. Volví. Un joven de aproximados veinticinco años de edad, labios pálidos cabello engominado seguía esperándome. Con una sonrisa nerviosa me disculpé. En medio de la turbación pronunció una que otra frase, podía entenderle algo relacionado con una tía enferma necesitada de paz y silencio víctima de una cruel migraña. Aunque sus manos se retorcían impulsivamente, era extraño cómo sus ojos se clavaban en mí con tanta fuerza, no demostraban timidez a pesar de que continuamente bajaba el rostro como avergonzándose de sus palabras. No se atrevía a mirarme completamente; tan sólo con sus ojos, no con su cuerpo (los hombres suelen mirarlo a una con todo su ser: con sus piernas, su boca, sus manos y hasta con sus pies), deseaba huir, escapar de mí. Tal vez no estaba acostumbrado a ver mujeres en ropa ligera —de pronto sí—, pero otra cosa era tenerlas de frente, y más aún, necesitar hablarles.

En casa permanezco casi sin ropa, vivo sola y cuando los días se tornan calurosos, como aquel lunes, procuro andar lo mínimo vestida. No sobra decir que estoy acostumbrada a las miradas lascivas del género opuesto, mi trabajo consiste en procurarlas y sostenerlas porque de eso subsisto como bailarina nocturna en un bar de estrato medio desde hace dieciséis años. Pero aquella vez, aún sabiéndome dueña de la situación y respaldada por el hecho de estar en casa, no pude resistir el frío barrido de sus ojos. Necesité esconderme tras la puerta, asomando apenas mi cabeza. Volví a disculparme. Él hizo lo mismo sin saber por qué, aunque era obvio. Aquella tarde había algo en él que no alcanzaba a descifrar. Todos los hombres poseen un mapa de caracteres de fácil codificación cuya decodificación es aún mucho más sencilla, con el cual intentan seducir o enamorar, y cuando una lleva años de experiencia en el manejo de sus inclinaciones pasionales puede reducirles a manual de bolsillo de fácil consulta, útil a la hora de inclinar la balanza a favor en situaciones frívolas y complejas que, en ese entonces, se me mostraron como excepción a la regla en la pusilánime figura de un jovenzuelo de escasos veinticinco años. No recuerdo más, sólo sus ojos mirándome más allá de la piel, como desnudándome el alma.

Primera vez que le veía luego de cinco años de estar viviendo en aquel apartamento del quinto piso; también recuerdo que a partir de entonces empezaron a aparecer uno a uno asesinados los que conmigo ocupaban aquel viejo edificio de la Avenida Quebrada Seca.

lunes, 3 de enero de 2005

Diciembre

A mi padre
Se infla de humo mi aliento
mientras mojo los recuerdos
en cerveza
El dolor delgadamente resbala
por mi rostro
con su música de sal
Los bolsillos me duelen de
tanto recoger las boronas
de un mundo que juntos
amasamos entre tardes de café

Ahora que es un hueco tu presencia
la enramada de mis huesos
es sólo un nudo de nostalgias
Mi sangre cabalga como nunca
sobre sus bestias de metal
Pasan hojas surcándome
las venas
Un sonido de agua me asiste
como después de la nada
Y hoy más que nunca
me aferro a tus manos
que ya no existen
pero que esperan
entrelazadas
justo al borde de
mi almohada.

Vuelvo

Vuelvo a intentar con mis uñas
en el espejo
con mis ojos llenos de lluvia
con mi alma salpicada de barro
Vuelvo a esconderme de la noche
porque dormir no quiero
porque se me antoja esperar el día
pensando en el pentagrama vacío
del silencio con su olor a piedra
Vuelvo y desespero conmigo mismo
ausente de mi cuerpo
deseoso de otro vaso de cerveza
apuntándome con un dedo
en la frente o en la yugular
del desespero
Vuelvo sin deseos conmigo a cuestas
necesitando de tí
hermana muerte!

Rememorando en despedida

Fuente: Fotos de Facebook Carlos Mantilla y Odilio Blanco fueron compañeros de colegio y, para nuestro dolor e infortunio, víctimas mortales...