viernes, 27 de mayo de 2005

Septiembre

Una noche de septiembre
Es como una madrugada de septiembre:
Dos tintas derramadas sobre el mismo papel
Es algo suelto y atado a la vez
Que se destiende y tiende
Para ser dos entre espejo y cuerpo.
Una madrugada de septiembre
Es como una bruja suelta en el tejado
Dando brinquitos de papel, cazando mariposas.

De septiembre solo quedan dos recuerdos:
Treinta gotas en la ventana
Y un frágil parpadeo en la memoria.

sábado, 21 de mayo de 2005

Anuncios

Esperaba sentado una herida en el pecho
Mientras las líneas de mis manos palidecían
Y la noche con su densa cabellera... temblaba;
Me detenía en cada silencio plateado
Madurando las negras agujas de mis ojos.
Un beso frío de navaja goteaba en la piel
El reloj era una mancha de miedo respirando a mis oídos
Mientras las manos se perdían entre los bolsillos rotos del pantalón
Era helado el aliento de los segundos que cruzaban
Como duendes endemoniados la habitación;
Sonreía ante tanto húmedo vacío que me recordaba
Un pasado, una piel, y una rosa coagulada en la comisura del alma;
La muerte tomaba café, fumaba un largo cigarro junto a mis huesos
Disfrutaba del vino de mi ansiedad
El cual bebía a grandes sorbos
Al ritmo de una negra danza palenquera
Bailada por los ágiles demonios de la noche.
Cuando paren los tambores y los pies se cubran de cartón
Estaré sentado al otro lado de la piel
Sonriendo acalorado por las velas
Llamaré a la puerta
Entraré desnudo
Vestiré de negro
Y seguiré muriendo.

jueves, 19 de mayo de 2005

Vino Rojo

Sentía
sus dedos tocar
mi alma Con
lágrima en mano
atravesando piel
partiendo sangre en dos aguas
Lengua
de fuego vegetal Manoseando
carne huesos
sexo Pastando
en mi cabellera húmeda
redonda Mordiendo
mis ojos Estrangulando
su voz contra mi nombre Su
voz pálida callada Dos
soles temblando Dos
lunas en remojo Movimiento
de cristal quemado
a fuego lento Dos
aguas pesadas agujereadas Vuelo
de manos entre ropa y ansia de
romper piel entre uñas Soy
carne en sus dedos Deseo
tocándose lloviendo entre
huesos Rock
sin Punto Final.

viernes, 13 de mayo de 2005

Collage

Dos gatos vomitan la luna desde el exilio de sus bigotes descosen el cielo con sus patas de colores un ángel camina en falso sobre las cuerdas de la ropa sus alas se confunden con el aplauso de las sábanas la mujer de los zapatos rojos espanta al tiempo en un cigarro prueba un bocado de luz maquillando el asfalto con su sombra un hombre se detiene a patear el viento con sus manos buscando botellas de vino y racimos de uvas negras los perros se ladran entre sí mordiéndose el espinazo en su afán de esperar al hambre para mostrarle sus espejos la cena está servida en algún rincón de la casa nadie sabe si vendrán señores de pelo corto a sembrar bajo las camas sus ráfagas de invierno de silencio de cemento fantasmitas de la noche con sus brinquitos de colores asaltando al cartón viejo durmiendo a tientas bajo sus nombres una lluvia espera impávida el bus de las once y treinta en la ventana deja su sangre húmeda de estrellas la luz de los carros se recoge en su cajita de cristal pasa una bala mostrando la hora y trae mil voces alguien pregunta por el alma de los bolsillos rotos como queriendo entender el idioma de los billetes falsos la lengua de los santos está sellada como un lunes festivo caballitos de papel pastan sin prisa sobre hojas de cuaderno la ciudad respira con sus gatos color agua aunque nunca dejen de arañarle una estrella al cielo.

sábado, 7 de mayo de 2005

El Espanto de la Espera

Suena el galope
De un Reino de Hojas en otoño
Se aproxima el señor de las edades
Con su báculo de ventisca
Rasgando la niebla de una ciudad que duerme.
Para siempre las almas en pena
Decorarán las vitrinas del mercado negro
Cuando el olor de la sangre
Dirima el suave equilibrio entre la bestia
Que pasta y el asesino que espera junto a la orilla.
El metal de los gritos
Se persigue en cada esquina
Y juega con las puertas que se esconden tras
Sus pasillos de espanto.
Las calles me habitan con sus calendarios perlados.
Si el hoy
Fuera el eterno golpe de unos dados
El fondo del abismo
Se vería mejor frente al espejo.

miércoles, 4 de mayo de 2005

JEAN-LUC GODARD Y EL PROCESO KAFKIANO

Siempre que de cine francés alguien anota una invitación o una simple referencia, los sentidos se me llenan de una ansiedad que bien pudiera compararla con ese deseo inexplicable de leer, escribir un poema, arriesgarme a abrir la rosa peligrosa de la literatura en el pecho. Porque justo en la pestaña del abismo hay un silencio de artista pronto a empujar, obligando a renovar la eterna experiencia de la muerte repetida. Ése es el cine francés, para mí.
Aunque El Proceso de Kafka haya tomado unos buenos años de distancia, a la fecha en que abordé con insomnio y bulimia sus laberínticas páginas, no fue difícil encontrarme de nuevo recorriendo –ésta vez no con los ojos de la imaginación– el dédalo oscuro de pasillos sin salida y puertas sospechosas, de la mano diestra de un autor oscuro y su personaje trágico. Estaba sentado frente a la pared blanquecina de la improvisada pantalla de cine en la Escuela de Fotografía Sur, en Bucaramanga. La película: Alphaville. Del director francés Jean-Luc Godard. Magistral filme del año 1965 que narra la historia de un espía, Lemmy Caution, interpretado por el actor Eddie Constantina, quien llega a Alphaville, una visión futurista de París, guiado además, de los avisos luminosos donde claramente lee “Bienvenidos a Alphaville: Ciencia, Lógica, Seguridad, Prudencia”, por la misión de descubrir el destino de su compañero, agente Henry Dickson, sabotear Alpha 60, la supercomputadora que controla Alphaville, y asesinar al creador de Alpha 60, el profesor Leonard Von Braun (llamado en el mundo exterior Leonard Nosferatu e interpretado por Howard Vernon).
La visión que Godard ofrece de los habitantes de tan extraña ciudad, es la visión a presente de un mundo lleno de hombres y mujeres gobernados por las máquinas, las computadoras y la tecnología; de seres apoltronados en nichos académicos sujetos al conformismo de un status quo ofrecido en últimas por un poder político, militar o económico, centrado en cosas tan abyectas como una máquina o una mente inferior –pero tan igual a las suyas– que a cambio de una tranquila manducación les exige lealtad servil y canina. Donde no existen seres humanos, a pesar de los hombres, y donde es ejecutado a balazo limpio todo aquel sorprendido en la praxis de la extinta naturaleza humana, pues son vistos como actos ilógicos y punibles el llorar ante la muerte o desaparición del otro, así como el amar y el pensar libremente. Una ciudad donde se prohíbe la emoción y se condena a los poetas que, siendo capaces de convertir la noche en día a través de peligrosas y prohibidas palabras, ponen en riesgo la estabilidad de Alphaville 60, haciéndole el juego a los extraños seres del mundo exterior y transgrediendo el mecánico orden establecido. La automatización del hombre, a través de la máquina, llega hasta el inaudito de la clasificación a criterio de su función operacional dentro y fuera de ésta fría sociedad.
A través de una alegoría de ciencia-ficción, Godard nos muestra su problema existencial. La pasión por las mujeres hace que cada toma sobre la actriz Anna Karina (su esposa) en el papel de Natascha Braun, hija de Von Braun, más que tomas cinematográficas sean caricias oculares que el lector de cine puede palpar y hasta soñar. Alphaville es una experiencia a nivel formal, ya por el empleo del plano-secuencia, de amplios movimientos de cámara, del montaje brusco, de la superposición de imágenes y sonidos, de la utilización sistemática de recursos gráficos como letras y anuncios, también es un ensayo en el campo temático que no deja de ser poético, sicológico y social. Aquí de nuevo K. (Lemmy Caution), arrancado de las páginas de El Proceso, es capturado, procesado, y sentenciado, no sin antes sufrir el racional interrogatorio de El Jurado (Alpha 60) quien con sus 14 billones de centros nerviosos además de vigilar y condenar a los no-conformistas, desarrolla conferencias obscuras en semántica, metafísica, teoría económica, y demás. Kafka (Godard), tan metafísico como semántico, estrangula el arte de sufrir y vivifica la muerte en manos de lo desconocido, casi infranqueable, pero absoluto. Intenta recuperar lo irrecuperable a través de un Gregorio Samsa o de un señor K., que maltrechos procuran el amor o en última instancia, agotadas las posibilidades, la compasión de la mirada humana. Pero si lo humano está al otro lado de la orilla, entonces quedan los poetas para salvar al mundo y devolverle a Natascha Braun su escondida, pero no olvidada naturaleza cuando amaba y lloraba y humanamente existía. Es ahí donde la metaforización del silencio se hace palabra y las palabras representan sentimientos que sulfatan cableados electrónicos y hacen de Lemmy Caution el héroe que salva amando, a Natasha y al mundo.
Por eso, siempre regreso a casa con un cigarro en el aliento, un libro en la penumbra del sueño y una imagen de París a contraluz.

domingo, 1 de mayo de 2005

Señor: ¡Bendícenos con tus maldiciones!

Hablar de poesía y pintura es hablar de satanismo en las artes, invocando, sin derecho a arrepentirse, la trágica figura de la noche con todo su manto de siniestralidad. A través de la historia Lucifer ha declarado como propio el espejo borgiano donde poetas y pintores han reflejado con pago a su alma la sublimidad de sus obras sin el mal-esperado rédito capitalista, aunque subsistan las bien habidas excepciones a la regla, por fortuna. Si bien el tono oscuro de la expresión artística es prueba de la existencia del maligno, más aún, el dédalo biográfico y trágico en sus más elevados representantes, quienes confabulados con la desgracia de la vida han sabido irrespetar y burlarse de sus contemporáneos y de ese mundo cuadriculado donde lo bello es número matemático complejo, de cálculos fríos y baja estadística comercial.

La incandescencia del infierno toca límites impensados si los Baudelaire y los Toulouse-Lautrec deciden romper el tiempo y el espacio para embriagarse de putas y alcohol en cualquier Moulin Rouge o "Salon de la rue des Molins" contemporáneo. A la punta del pincel se ata un adjetivo mañoso y desfilan los espantos por las blancas arenas del lienzo, hombre contra hombre en un abrazo de licor, se acarician hasta el amanecer, se penetran hasta el alma y clavetean de madrazos la machista y vanidosa existencia heterosexual. Bulle el humo del cigarro, se desprende la droga excesiva, se invocan los espíritus malditos, se vacían los bolsillos, se busca la bienhechora complacencia del que fía, se unta el sexo en las colillas, pero se acaba la noche y vuelve la luz, ¡maldita luz!: aniquiladora del sueño, manducadora de negra leche existencial.
Un trofeo a la indecencia masculina, una burla a la pastosa racionalidad humana que llena de teorías los anaqueles de la imbecilidad y la arrogancia. Los santos sudarios se rasgan para dar paso al líquido dialéctico del sexo. Dios y bien avasallados contra las cuerdas. Regresa la esquizofrenia de las artes a salvaguardar del cielo a los santos-pecadores de turno y en su magnificencia surgen seres todopoderosos que atormentados buscan un refugio dentro de sí mismos para calmar el hambre insaciable que les corroe y les obliga a abandonar los luminosos salones de la estulticia contemporánea. Se juegan la vida en cada encuentro. Apuestan contra su alma el logro de sus versos y el fulgor de sus lienzos. Construyen historias para seres luminosos mientras van dejando regada su existencia de humo y alcohol en cada esquina de sus ciudades desgastadas como perros que desandan en la noche, solitarios, pero sublimes.

Egon Schiele, dado a conocer por Mario Vargas Llosa en su novela Los cuadernos de don Rigoberto, invitó, desde la desesperación de su falta —o más bien exceso— de identidad sexual, a que el mundo se diera a una nueva lectura: la visión poética; al igual que Pessoa quien desde su dipsomanía indeleble llevó de la mano al mundo a un espacio pictórico de nuevos colores, matices y sombras. Un uno-más-uno-igual-a-uno, más elemental que filosófico, más venero que apocalíptico, con el cual se evidencian trazas de malignidad, éste último calificativo entendiéndose fuera de la dicotomía que de la existencia hace la santa iglesia y la santa Biblia. Luego, afincados en el dilema de hasta qué punto es bueno o malo decidir vivir eternamente abrazado al alcohol, o quién tiene autoridad de inclinar la balanza, izquierda derecha, si solo se ha intentado expresar una conducta sexual sin importar que ésta haya o no encajado en la arenosa moral de sus congéneres, podemos decir que afortunadamente la moral no es una verdad que exista, y por ende, quien diga ser su dueño. ¡Demos entonces la bienvenida al mal!

Malignidad hecha arte, malignidad hecha eternidad, historia y cultura. Cultura de seres que acogidos por la falda lechosa de la oscuridad, maman el néctar que la noche desprende. Cultura de hombres y mujeres disfrazados de espanto, perseguidos por sus dotes de magos y demiurgos, de hetairas y donjuanes afrancesados en la poesía y en la pintura de sus visiones proféticas, casi apocalípticas. El manto está echado sobre la tierra, ruedan los demonios en cada paso de poeta ensillado y pintor enjuiciado. Unos a otros los habitantes comunes de la tierra se enfrascan en sangrienta persecución batiendo sus lenguas, mojando en el deletéreo néctar de su ignorancia, sus dardos, sus miradas mugrosas. Pero queda la mirada indiferente del joven Rimbaud soslayando nada más que horizonte, nada más que tierra de titanes, de dioses hechos carne, de dioses defecantes, malolientes también. Quedan las luces ensordecedoras de un Van Gogh que asesina que seduce y que atrapa sin importar la molicie del tiempo.
Las esquinas los esperan. Los bares infestados de putas, cigarro y licor abren sus puertas desde el despunte del día, acogen el lazo marital de su existencia profana, el dinero no importa, solo importa la voluntad del que invita. No hay rezo ni agua bendita que valga, Satán se agiganta con sus bendecidos malditos. Afortunadamente nosotros también los esperamos, a la vuelta de una página o en la galería casi olvidada de la historia hecha museo.

Rememorando en despedida

Fuente: Fotos de Facebook Carlos Mantilla y Odilio Blanco fueron compañeros de colegio y, para nuestro dolor e infortunio, víctimas mortales...