jueves, 1 de septiembre de 2011

Encuentros


Recuerdo aquel día como si fuera hoy. Luego de mis cuatro horas de sol en la mañana, de compartir la misma piedra con la vecina de siempre, de alimentarme sin tanta prisa y justo cuando me preparaba para guarecerme del agua que empezaba a caer, pude darme cuenta de su presencia. El primero en llegar caminaba de manera extraña. No como nosotros. Se sostenía en sus patas traseras de una manera soberbia que envidia despertaba. Algunos corrieron despavoridos a esconderse. Yo, al igual que el jefe, corrimos hacia la cima de la escalinata. Llevábamos toda una vida en aquel lugar, conocíamos a la perfección las rutas de escape ante cualquier peligro. Guarecidos por la lluvia pudimos estirarnos hasta obtener una visión más amplia del terreno sin el peligro de ser descubiertos. 

Su piel también era extraña. Empezaron a aparecer en grupos de a tres. Parecían estar perdidos. El jefe con un movimiento de cabeza me dio indicaciones de tomar el otro atajo hasta el Templo Principal. Dio las mismas indicaciones a otros tres que nos acompañaban ubicándolos en el de la Cruz, el de la Cruz Foliada y en el del Sol. Me escurrí por la selva como sabía hacerlo y al comenzar a trepar los primeros peldaños del templo, tuve un extraño presentimiento. 

Desde la cúspide del Templo Principal se obtiene una panorámica completa del lugar. Allí tuve la certeza que nos habían invadido. Con las señas convenidas le informé al jefe que la plazoleta estaba atestada de aquellos. Mis otros compañeros enviaron noticias parecidas desde sus respectivos puntos de vigía.

Lo demás ya es por todos conocido. Pasaron algunas lunas y aquellos seres extraños llegaron acompañados de unos monstruos gigantescos. Los árboles fueron cayendo como mangos maduros. La selva fue herida y las aguas re-encaminadas. No sé cuántos años desde aquella vez, solo sé que ahora me resultan más familiares. A veces se acercan a nosotros con unos objetos especiales a través de los cuales parecen observarnos. Algunos nos ahuyentan como si fuésemos bichos raros, siendo ellos los extraños. Mi jefe, el más escéptico de todos. Desde aquella tarde se niega a salir. No creo dure mucho su mandato. Bueno ahí estaré yo para sucederlo. Por ahora, seguir acostumbrándonos a tan misteriosos visitantes. 

2 comentarios:

Oscar Delgado dijo...

La voz de los lagartos....Bakano

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Para intuir...aún siguen esos extraños, con otras vestimentas, otras formas de dominio. Un abrazo. carlos

Rememorando en despedida

Fuente: Fotos de Facebook Carlos Mantilla y Odilio Blanco fueron compañeros de colegio y, para nuestro dolor e infortunio, víctimas mortales...