miércoles, 25 de marzo de 2009

Rascadas asesinas

Comenzaré por decir que fue un miércoles, tipo ocho de la mañana, la resaca comenzaba, me esculcaba empeloto como buscando rastros de borrachera por algún lugar secreto del pellejo cuando de repente un piquetico tan chiquitico a la altura de la tetilla izquierda que sino hubiese sido por la hijuemadre rasquiña no habría caído en cuenta.

Al principio le resté importancia. Busqué los calzoncillos del día anterior al borde de la cama, salí al comedor, abrí la nevera y como lo único que en verdad me interesaba era ahogar la maldita sed y apagar el dolor de cabeza, tuve que levantarme más de tres veces para beberme la jarrada de agua helada, completica, con acetominofén por vez. En una de las vaciadas de vejiga regresé al espejo a repetir el ritual de las ojeras, de la lengua blanca, de la calva incipiente, de los dientes amarillos y de nuevo la rasquiña y el piquetico creciendo al tamaño de una lenteja. Comienzo a inquietarme y a medida que rasco y rasco el piquetico deviene en piquete, el piquete en rotico y el rotico en roto. Por el roto que sigue rascando empiezo a ver la carne viva, no sangra, es raro, pero una sensación de hambre se le despierta a las uñas que exacerbadas comienzan a escabar una, dos, tres y de vuelta tres, dos y una vez más. A cambio de tetilla se abre un pocito de luz a mis entrañas con enredaderas chiquititas de venitas y vasitos, verdes, rojos y rosados; los músculos pueden verse y algo blanco empieza a asomarse entre tímidos jirones de fibra, de nervios, de sangre detenida. Suena el celular, no contesto, no me da la gana, solo hay voluntad para el agua y para rascarme, rascarme es un placer al cual me había negado en ocasiones por etiqueta pues nadie puede evitar que la comezón se levante entre nalgas o en entrepierna, pero muchos sí prohiben en acato al protocolo de la hipócrita apariencia la uña deliciosa entre el culo o los cojones, o siendo más explícitos y menos vergonzosos decir que es la punta del pájaro la que alimenta las delicias de la uña y nos entrega a la excitación del maravilloso comezón genital.

Puedo ver mis intestinos, el estómago trabajando muy a pesar de la escasa materia prima, luego de la borrachera es prohibido comer, por eso veo el movimiento casi estático de esa bolsa gris llena de ácidos digestivos. Nunca pensé que fuera tan maravilloso poder observarse uno mismo las entrañas, esa masa viviente de tripas, hígado, páncreas, corazón y riñones que siguen picando y la uña sigue escarbando con un hambre exagerada de carne y más carne, de hueso y cartílagos. Rasco entre intestinos y sus paredes se destruyen, hiedo a mierda, perdón, estoy hecho de mierda, el hombre es una masa pestilente de mierda; el hígado me rasca, los riñones me rascan, les doy lo que se merecen: uña, más uña; una y otra vez.

Regreso al ritual del espejo y solo veo mis ojos, lo demás nada, entones el derecho me empieza a rascar y siento un placer en un lugar donde debía haber uñas pero solo hay vacío, no hay carne, solo un hueco profundo donde alguna vez ocupó espacio lo que antes fue cuerpo, ahora solo nada.

1 comentario:

brenda abril silva dijo...

Ese maldito vacío que te obliga a escribir es el que amo... lo amo tanto como a la mierda de la que estoy hecha... más aún de la que estás hecho...
haciéndose evidente en momentos como éste, de soledad vacía... en los que...
a pesar de los silencios terminas...

Rememorando en despedida

Fuente: Fotos de Facebook Carlos Mantilla y Odilio Blanco fueron compañeros de colegio y, para nuestro dolor e infortunio, víctimas mortales...