Nadie sospechaba su juego
De imposibles
Nadie imaginaba su adiós deshabitado
Estaban todos tan distantes en el viento
Que sus cuerpos mojaban con el frío
Se acercó con la luna
Entre su aliento
Midiendo el desatino de las piedras
Fueron máscaras de cielo sin espejos
Pegadas en el toque de los dedos
Todo estaba previsto
Y ni el tiempo, ni el sexo,
Ni las hojas, ni el dolor, ni los muslos,
Ni la sangre, ni el sudor, ni la herida...
Ocuparon la silla destinada
A su juicio en una esquina
De la infancia.
martes, 1 de febrero de 2005
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