
Doy vuelta a la esquina y me recibe el mismo pordiosero de siempre, un llamado "deshechable" social que al verme se acerca a pedirme una moneda. Con el argumento de "no es pa' malos vicios, profe, sino pa' comer alguito" me adelanta su mano con su desproporcionada sonrisa. Su olor es apestoso. Contengo un poco mi respiración, hago maña y descubro mi navaja. El mendigo se asusta un poco, retrocede y "qué le pasa mi ñerito, no problem parce, no me dé nada sino quiere" y lo persigo y a mitad de cuadra descargo sobre su espalda dos lancetazos que lo dejan tirado en plena 22 en medio de un charco de sangre. No siento lástima y sigo despacio, lento, ojalá me persiguiera la gente, ojalá me persiguiera un policía.
La mañana solitaria, la gente apenas despierta. Necesito limpiar mis manos, la sangre es escándalo siempre. La tienda ya está abierta y la señora de apariencia bonachona acepta con recelo mi educada petición. Doy vuelta al mostrador y encuentro el orinal. Descargo mi vegija mientras escucho la voz temblorosa de la maldita vieja describiendo el color de mi pantalón, de mi camisa; no es difícil deducir quién está del otro lado de la línea. De un salto me coloco detrás de ella, coloco mi navaja a la altura de su cuello y, convirtiendo su voz achillonada en un ronquido, abro una fuente roja de un solo tajo. Es divertido matar, asesinar se siente bien: la sangre corriendo, los ojos saltones, el grito perdido, la angustia atorada y el dolor que se siente. Es el derecho de nosotros los supremos sobre los malditos parias que el mundo debe eliminar.
La mañana solitaria, la gente apenas despierta. Necesito limpiar mis manos, la sangre es escándalo siempre. La tienda ya está abierta y la señora de apariencia bonachona acepta con recelo mi educada petición. Doy vuelta al mostrador y encuentro el orinal. Descargo mi vegija mientras escucho la voz temblorosa de la maldita vieja describiendo el color de mi pantalón, de mi camisa; no es difícil deducir quién está del otro lado de la línea. De un salto me coloco detrás de ella, coloco mi navaja a la altura de su cuello y, convirtiendo su voz achillonada en un ronquido, abro una fuente roja de un solo tajo. Es divertido matar, asesinar se siente bien: la sangre corriendo, los ojos saltones, el grito perdido, la angustia atorada y el dolor que se siente. Es el derecho de nosotros los supremos sobre los malditos parias que el mundo debe eliminar.
2 comentarios:
Juancho, qué murria la de los domingos. El día más hijupeuta de la semana. Bien los describes. Saludos
El domingo y el lunes no deberían existir, Carlitos.
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