El ardor junto a la boca del estómago era mucho más intenso a medida que las horas avanzaban. Abría una y otra vez la nevera con la esperanza de encontrar algo para engañar mi ya averiado sistema digestivo. Nada. Sólo agua y agua, agua descongelada, efecto de la falta de luz. Y cuando el hambre urge, la sed no se esconde. Tomaba agua de nevera descongelada a dos manos, abrigando la feliz idea de engañar al estómago, algunos escasos trocitos de hielo aparentando sólido. Otra vez alguien en la puerta llamando. No abrir. Entonces no tenía más opción. Caminado casi a oscuras, a pesar de la luz del día, instintivamente volví a abrir la nevera, pero ésta vez al congelador. Empecé a descargar bolsa tras bolsa. Perdona, mi Nati, pero tú me entenderás, me sabrás perdonar. Fui tocando y eligiendo las de mejor blandura. Encontré dos, no supe a qué parte del cuerpo pertenecían pero tampoco decidí averiguarlo, no había tiempo para tamañas pesquisas y para nada me importaba, me importaba comer, morder, digerir algo sólido, carne, así fuera humana, con sabor descompuesto.
domingo, 30 de enero de 2005
... de Pistolas y Rosas (Capítulo 15)
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