Los nervios me asaltaban sin previo aviso y a plena luz del día, el género humano me fastidiaba, estaba perdiendo peso exageradamente, caminaba por el aire. Decidí pasar las fiestas de fin de año encerrada a pesar de la fuerte demanda de trabajo en el bar, arriesgando que me licenciaran para siempre por incumplida e irresponsable. Sólo tenía a la Nati, la Nati y su presencia voluble llenando todos los rincones de mi triste estancia. Un encierro voluntario donde el único tormento era la insistente lluvia de golpes contra la puerta del apartamento.
No sé por qué, pero fue un domingo, digo domingo porque era el día que Diomedes duraba dando sus con-mucho-gusto, sus ay hombre, a todo volumen, desde las siete de la mañana hasta diez de la noche, cuando varias voces llamaban con premura y preocupación invitando a que por favor cualquiera abriese la puerta, digo no sé por qué, pero abrí. Dos hombres: uno delgado de ojos hundidos y rostro pálido, el otro de contextura gruesa, bajito, de mirada inquisidora y desconfiada. Por sus expresiones pude deducir mi total desaliño, en nada me preocupé, quería echarlos a patadas lo más rápido posible. Mientras el gordo mofletudo importunaba con sus necias preguntas, el otro llenaba una libreta de apuntes con trazos tan desbaratados como su propia figura. No recuerdo qué respondí, mucho menos qué preguntaron. Sólo recuerdo la molestia de saber que muy pronto volverían a importunarme con sus preguntas, pero mucho más con sus figuras desproporcionadas y asimétricas. Respiré más calmada no sólo por la partida de ese par, también me vino algo de alma al cuerpo cuando percaté las velas encendidas y el montón de frascos de formol destapados bajo las sillas, frente a la cocina. Sentí los nervios disparados, la fuerte descarga de ansiedad empezó a hacer mella en mi equilibrio, me costó mantenerme de pie, un pequeño olvido y la Nati se iría para siempre de mí, eso sí que no lo podría soportar. A gatas, casi arrastrándome, llegué hasta la nevera, descubrí que necesitaba más hielo, lo cual significaba tener que ir a comprarlo, y por desgracia salir.
jueves, 27 de enero de 2005
... de Pistolas y Rosas (Capítulo 13)
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Rememorando en despedida
Fuente: Fotos de Facebook Carlos Mantilla y Odilio Blanco fueron compañeros de colegio y, para nuestro dolor e infortunio, víctimas mortales...
-
“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñando”. Las Ruinas Circulares...
-
Mientras me servía el huevo el pan y el café se me vino la valiente idea de pensar en dios, jehová o yahvé como el hijo mentiroso de la hist...
-
Una voz de hojas en el encuentro de las líneas Un murmullo de puntos al sostenersen los besos Se embriagan los centros y coinciden soles tém...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario